jueves, 7 de julio de 2016

Gris



El mundo ha fallecido con tu espiración y cansado de esta lucha sin cuartel mi ánimo se rinde. No buscará el amanecer, no buscará el renacer desde la noche ni con su reina, la luna, he de bailar.
El cadáver del día niebla es. No por la alborada ni porque el lucero se apague, no… Es tu alma que parte, son las nubes de una tormenta sin nacer, es el silencio de las arboledas inmóviles y el viento que recorre los huesos que el frío descarna.
Me interno por calles anónimas, por veredas sin fin y pasajes silentes. Las jalonan espectros de los amigos perdidos y las almas errantes de los condenados. Mi destino de estatua de sal, sin vida ni amor, me aguarda al otro lado de la ciudad, como si fuera Sodoma y Gomorra tras la destrucción por el cataclismo bíblico.
Hollo las ruinas de la plaza principal con pasos que levantan el polvo de milenios. Apenas taludes muestran los antiguos canteros que parecen cenizas. Cruzo la diagonal evitando el montículo de la otrora estatua ecuestre y, mirando en dirección a los Andes, ni siquiera encuentro la herrumbre de su bronce. La catedral ha perdido a Dios. Lo perdió en los escombros de los campanarios silenciosos y en la vergüenza de una cúpula caída sobre el mayor de los altares.
El atónito reloj de la municipalidad muestra la hora aciaga desde el suelo, frente a las carcomidas puertas. Un destello semeja vida, pero al instante, esa única ventana que parece ojo, se enturbia con cataratas. Ha sido el reflejo de un rayo sin trueno o el resplandor de un meteorito que efímero se quema.
Enfilo por la vía dolorosa, me encolumno en la larga hilera y me confundo en los miles de funerales de la historia. Pero es aquel el que mi memoria revive al reconstruir los edificios que la bordean con precisión fotográfica, hasta el más mínimo ladrillo y la más elegante moldura.
A veces soy amigo, a veces pompa, y a veces, tu amante desesperado. El féretro que con su Cristo traidor aúlla tu nombre, cruza el enorme y clásico umbral del cementerio. Con él el hombre le puso límite a la última morada. Como si la muerte tuviera algún límite o escrúpulo con la existencia.
Me tambaleo sin fuerzas con el peso de la manija y me conducen, ciego por las lágrimas, hacia las aceras sin nombre de la necrópolis. El panteón se acerca gigante, la reja rechina y se abre, y en el nicho te dejan.
Los rosarios rezan letanías absurdas de cuentas extrañas. La humanidad se despide y se va. En la soledad me mira tu rostro desde la lápida con la foto al lado de la flor. Se apaga el universo, el luto me ahoga y comprendo que este será mi purgatorio.
No lo veré al Señor hasta que pene el haberte amado tanto, y será hasta el fin de los tiempos, pues mi pecado será sacrílego.
  Será el no arrepentirme de haberte querido con tan gran locura alucinado por la pasión.


Carlos Caro
Paraná, 27 de junio de 2016
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La vida, la vida y la vida...






De la noche vengo, niebla soy y, posado sobre el césped, tranquilo, espero al alba para echar a volar. Volaré hacía el mundo, dirán, pero el alma me impulsa más allá.
Un cielo sin colores me recibe, y juntos nos tornamos en gloria, en presencia y en incendio al arder las nubes con un espasmo de brillo que solo el celeste podrá apagar.
Mis alas son las del viento, las de los pájaros, o las de coloridas mariposas. Se apaga el lucero, se esconde la luna, y aparece el curvo horizonte que torna redonda a la tierra. La vuelve planeta girando en un sistema que vaga hacia su destino milenario. 
La luz del día descubre al río que vuelve a correr desde la fría oscuridad en olas que la reflejan y, a su vez, extingue la orgullosa y eléctrica del hombre.
Ante una mesa tatuada de letras, herida de frases y manchada de versos, discurren los cuentos. Manuscritos en lápiz sobre papel, en letras de molde que destellan en la pantalla o en extrañas visiones que construye el intelecto. Lo hacen con propiedad y sapiencia, o con locura y alienación. En soledad, reina la imaginación y en compañía, la musa y los personajes.
 De día, con fiebre, se escriben y de noche con anhelos, se piensan. No hay paz ni tregua, todo es tema o reflexión. El veredicto es la condena a una sinrazón durante lo que reste de existencia. Como no alcanza, crucificamos al reloj con sus agujas, y herido, se desangrará en regueros de tiempo.
Así, me confunden los caminos que recorro pues, aunque parecen divergir, sé que el destino los hará uno. El que sigo desde hace décadas, con tragedias que sumergen y cimas de genio y amor que tocan las estrellas, se ha complicado. Sin suspirar, he agonizado y al ver el semblante macabro, con pavor quise huir y pedir socorro.
¿No estaba acaso preparado? ¿No había hecho las paces con Dios y con el hombre? ¿Fue falta de fe y miedo a lo desconocido?
No. Me dice la mente. No, me dice el corazón. Y no, me acorrala el alma. De las telarañas del tiempo volvió tu sonrisa, tu compañerismo y tu por siempre jamás. Aquel que no pronunciaste, aquel que en silencio me diste y al que te ató el  amor.
El cariño me acuna como entonces, en la fiera lucha te encuentro a mi lado y en el rendirse, nunca. Aquí y ahora, resisto por tu voluntad, por tu cuidado y por tu enseñanza de lo que fui, soy y seré. Así, contigo la huella se alarga y la holla también la progenie. Los hijos maduran más allá de los primeros sueños y los hijos de los hijos crecen, felices, hacia un futuro no soñado.
Con asombro, todos me hacen entender que la trascendencia no necesita de la muerte, sino de la vida, la vida y la vida…


Carlos Caro
Paraná, 22 de junio de 2016
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